El papiro del feminismo

Más allá de las celebraciones colectivas que tanta visibilidad aprecian en nuestro memorándum de actualidad, reconozcamos que, a pesar de todo y de todos, podemos decir que llegamos a otro Día Internacional de la Mujer.

Donde poder evaluar rendiciones o resistencias al mejor aliado de la democracia y sus valores. Tanto es así que, como decía Simone de Beauvoir, “el feminismo es una forma de ser individualmente y de luchar colectivamente”.

Precisamente en esa vertiente comunal encontramos la gran disidencia política en estos tiempos tan acordes con la polarización de las ideas, por aquello de destruir al contrario desde la radicalidad de la demagogia.

Llegamos a un sucesivo 8M que envalentona las pancartas de las agendas sociales, señalando cautelosamente demasiados intereses que desarticulan políticamente un bien tan preciado como es el movimiento feminista.

Desde Flora Tristán, con su obra “La emancipación de la mujer”, allá por la mitad del siglo XIX, hasta los tiempos actuales con el avance de esa cuarta ola donde recuperar la iniciativa en avances legislativos y políticas públicas, seguimos encontrando el común denominador en una sociedad que cada vez abandera menos e individualiza mucho más.

A pesar de la idea universal de la igualdad y la libertad, habrá que convenir que, como en otras esferas públicas, el movimiento feminista también ha enquistado sus reivindicaciones en posiciones de parte donde han podido hincar el diente los defensores de ese liberalismo atroz que singulariza las luchas y encarece la solidaridad pública de todos.

Y así es que nos encontramos ante datos que aportan esa sensación de que las mujeres han conseguido demasiada protección frente a los problemas sociales en general. Un resultado de esa lectura sinuosa que sigue ganando el relato sobre la cultura de un esfuerzo que culpabiliza al que no consigue sus deseos tan enraizados en el consumo material.

Gracias a esta nueva banalización de conceptos, donde cualquier ideología puede hablar de derechos fundamentales sin sonrojarse, nos encontramos en una nueva vuelta de tuerca contra el dinamismo social que debería ser siempre apreciado y refundado como garantía democrática de todos nosotros.

Por el momento, el valor individualista nos sigue ganando la partida mientras nos quejamos de los problemas comunitarios. Las reivindicaciones legítimas de derechos y libertades para el colectivo que sigue siendo mayoritario en esa sociedad parecen perder el fuelle del impulso desde una avenencia que han ganado los que nunca creyeron en ellos.

Nos quedan demasiados feminismos que aglutinar para seguir creciendo en equidad y justicia. Y no entender ese protagonismo nos dejará en papiros mojados demasiada historia para seguir silenciado a la otra mitad de nuestra memoria.

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